
Sorprendido el Mariscal López por la gran capacidad de movilidad del Batallón 40 al mando de Eduvigis Díaz, lo invitó su mesa. Entre los comensales, otros generales e invitados del Presidente.
Al verlo, tal vez por simple curiosidad, preguntó a tan joven militar por su opinión, si tenía un plan de guerra.
- Ninguno, señor, solo quisiera conocer el que haya resuelto para ejecutar.
- Muchachos, por favor, no pongan todo sobre mis hombros, seguro que mis generales tienen algunas ideas.
Siguieron las palabras de López, un silencio de cementerio. Entonces el joven que había sido consultado, se levantó como si de sus adentros naciera un gigante dormido, el gigante de la guerra, el gigante de un estratega.
- “Entonces, señor, el vehemente anhelo de mi vida sería recibir orden de VE para escoger siete mil hombres del ejército y, embarcándolos en los mejores vapores de nuestra escuadra, tomar sin perdida de tiempo rumbo al Atlántico, pasar por el Río de
¿Era acaso Díaz un mejor estratega que López?, hasta parecería ser así, por más loca que sea la idea que manifestó esa noche. Mucho mejor que quedarse en Asunción a manejar el ejército a control remoto, como aparentemente quería conducir la guerra, cuando ya se sucedía la campaña de Mato Grosso.
Analicemos las palabras de Díaz. Lo que el quería hacer era una locura, tomando sus palabras en caliente, pero bien preparado, ¿pudiera haber surtido efecto?
Como bien se sabe, Días era uno de los mejores oficiales de
Pero, algunos dirán, estamos hablando del hombre que se dejo matar, yendo a mostrarse a los acorazados brasileños, ¿como podríamos confiar en este hombre?
Aparentemente era de carácter impulsivo, tomando en cuenta estos dos cuadros, la de la cena y la de su muerte, ¿pero acaso este defecto fue lo que lo llevó a la muerte y no le permitiría llevar a cabo la misión que el mismo describió? ¿Acaso López era tan egoista (o cobarde) para no dejar en sus manos semejante proeza
Entrecomillado del libro “Monografías históricas”
de Juan Silvano Godoy
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